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Mis primeros pasos en Venezuela, noviembre del 2010

Mis primeros pasos en Venezuela, noviembre del 2010

Todo comenzó con una llamada telefónica y un grito del corazón.

Una mañana del 2010, mi amigo director de orquesta, Jean-François Verdier, a quien había conocido durante mi residencia en la Orquesta Nacional de Lyon (2006-2008) y que me había sustituido como director residente, me llamó y me dijo: «Christophe, ¿te interesaría ir a Venezuela durante un mes para dirigir una gira de conciertos que yo no puedo hacer?”

No me lo pensé ni dos segundos. Grité «sí, claro», como un niño borracho de alegría ante la idea de lanzarse a la aventura en una tierra desconocida. Puesto que no sabía nada de Sudamérica, ¡apenas era capaz de localizar con precisión en un mapa esta tierra caribeña que significa «pequeña Venecia»! No hablaba ni una palabra de español y no tenía ni idea de lo que me esperaba.

Sin embargo, hay señales del universo que no deben pasarse por alto.

Mi residencia en la Orquesta Nacional de Lyon fue una gran experiencia, pero también una fuente de frustraciones. Fue el trabajo con las orquestas juveniles de su academia lo que más me entusiasmó y enriqueció, abriéndome a un mundo aún desconocido, pero de una riqueza humana y musical inconmensurable. Inesperadamente, estas dos orquestas juveniles, sobre todo las más avanzadas, me ofrecieron la otra cara de la moneda, si se me permite la expresión, lo contrario de las orquestas profesionales, a veces un poco displicentes y rígidas.

Al mismo tiempo, el canal de televisión Arte transmitía cada vez con más regularidad los conciertos de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y de su carismático director, Gustavo Dudamel, que recorría el mundo en giras inolvidables, destilando un perfume musical y tropical único. Era difícil, se quisiera o no, resistir a ese torrente de energía juvenil, a esos rostros variopintos y mestizos felices de compartir la embriaguez sonora, a esa sensualidad evanescente que inundaba las oleadas de decibelios, sin olvidar, por supuesto, al maestro Gustavo, un chamo sobre vitaminado, con sus característicos rizos de cabello venezolano, que parecía profundamente habitado por una alegría musical interior, comunicativa y contagiosa. A medida que transcurrían estas emisiones, me sentía estremecido, terriblemente turbado y conmovido, como si naciera en mí una íntima convicción. Había un entusiasmo deslumbrante que me devolvía la esperanza después de dos temporadas un poco pálidas en Lyon.

Pasaron los meses, se establecieron contactos con la Alianza Francesa de París y Caracas y, a medida que avanzaban los intercambios, a veces surrealistas, se fue perfilando la organización completa del viaje.

Fue penoso consultar la página web de la Embajada de Francia en Caracas, apenas unos días antes del gran salto a lo desconocido. Lo que leí, sobre el nivel de inseguridad en el país y las recomendaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores, me asustó y me heló por un momento. Después de una noche atormentada, me dije que soy bastante descarado al intentar esta aventura. Pero, después de todo, ¿no es la vida una aventura de alto riesgo?

Nunca olvidaré mis primeros pasos en Venezuela, ¡en Caracas! El calor tropical, esa mezcla intensa de calor y humedad que te abruma de golpe, y la orgía de música caribeña y afrocubana que te marea.

Bienvenido al Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar, en un mundo de total despreocupación, buen humor, rostros coloridos, risueños y encantadores, del que surge un idioma español lleno de fuego y embriaguez, pero suave y hechizante gracias al íntimamente seductor acento venezolano.

El aeropuerto de Caracas es ese pedazo de tierra que aparece inesperadamente tras diez horas de vuelo atravesando el océano Atlántico desde París. Para Ernesto, mi chófer colombiano, con el que intento farfullar algunas palabras en español, Caracas no tiene más secretos y para llegar hasta allí (la ciudad está situada a 900 m de altitud) conoce absolutamente todas las formas de evitar los atascos, los semáforos más o menos respetados, las calles inundadas después de una tormenta tropical, los barrios que atraviesa velozmente subiéndose a las aceras. En resumen, una llegada increíble a la capital venezolana, digna del Salvaje Oeste, que no olvidaré jamás, habiéndome provocado estallidos de risa incontrolables. ¿A qué maldito planeta llegué?

Cuando llegué al hotel, la directora de asuntos culturales de la Alianza Francesa me recibió con una sonrisa encantadora, un francés fluido y encantador, matizado con ese irresistible acento español. Como una perfecta «caraqueña», me saluda como si nos conociéramos de toda la vida. Esto dista mucho del estilo francés de presentación, ¡un poco formal! Pero aquí queremos que el invitado se sienta a gusto y darle la bienvenida a un país lleno de sorpresas.

Tras una copa de Cuba libre acompañada de tequeños en la terraza del hotel, frente a la piscina y El Ávila, sigue una velada absolutamente deliciosa y encantadora, con un aire de relajación que me atrae. Regreso a mis habitaciones para recuperarme de este viaje al otro lado del mundo y de estas primeras impresiones tropicales que se confirmarán a lo largo de la estancia. En efecto, los venezolanos, y los latinos en general, tienen unas relaciones humanas absolutamente sorprendentes, directas y desinhibidas. Los saludos suelen ser táctiles y fraternales (la gente suele saludar a su interlocutor con la palabra «hermano») y tutearse es una práctica habitual. Esta forma de relacionarse puede molestar o incluso ofender nuestro pudor francés, pero también puede ayudarnos a deshacernos de nuestra timidez e inhibiciones, de nuestros escrúpulos y rigidez, para abandonarnos sin más a la convivencia.

Lo que descubrí durante esta primera estancia en Caracas, Valencia, Mérida y Porlamar, y en lo que profundizaré durante los siete años que pasaré con los «hermanos» venezolanos, es «el cariño», esa cosa tan delicada de traducir, de definir, y, sin embargo, tan intensamente presente en la sociedad venezolana. Se trata del afecto, del calor humano a menudo bañado de gran sensualidad, y de la desconcertante facilidad con la que se puede decir a un amigo: «Te quiero mucho amigo».

Me despido, hasta una próxima entrega, con el instrumento venezolano por excelencia, el que acompaña todas las celebraciones, todos los momentos de compartir. Pocas familias no poseen uno, tanto que simboliza la alegría de vivir de este pueblo y su amor por la música. Si aún no conocen al Cuatro, escuchen a este grupo venezolano que se ha convertido en mítico en el continente americano: C4 Trío 

 

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4 Comentarios
  • Nory Pereira Colls
    Posted at 15:58h, 01 octubre Responder

    Mi querido Cristobal,me gusta como empiezas tu relato de un viaje a Venezuela. Ese sentir tuyo fue palpable cuando nos conocimos en Mérida, donde usaste una expresión que para mi fue muy significativa «En Venezuela todo es posible», así fue nuestro primer encuentro. Éxitos en esta aventura. Un abrazo venezolano, más aun, un abrazo andino

  • Jorge Torres
    Posted at 20:08h, 30 septiembre Responder

    Estimado amigo y maestro, me da mucho gusto saludarte y ver concretado este espacio que permite proyectar la importante labor artística y pedagógica que llevas adelante. Muchas gracias por compartir tu trabajo. He leído con mucha emoción el escrito que inaugura este blog, te agradezco desde lo más hondo de mi corazón estas palabras tan dulces que dedicas a nuestro país, nos caen como un bálsamo precisamente en estos momentos en que más lo necesitamos. Sabemos del enorme aprecio que tienes por nuestra música y sus artístas. Esta web extiende la labor que realizas como músico y abre espacios para la reflexión, tan necesaria en el mundo de hoy, con esto sigues la orientación filosófica de autores como Schopenhauer y Nietzsche quienes vieron en el arte y, en la música en particular, un oásis en el drama que constituye la existencia. Un fuerte abrazo desde Mérida-Venezuela.

  • Yajaira Zerpa
    Posted at 11:45h, 29 septiembre Responder

    Hermoso leerte… llenas el corazón de alegría y optimismo tal cual eres tú…. que orgullo amigo mío !!! te mereces el mejor de los éxitos Dios permita que podamos seguir contando con la presencia y experiencia del maestro Talmont en Venezuela

  • Ronald Chirinos
    Posted at 12:36h, 25 septiembre Responder

    Querido y admirado «le paisaneé», un gusto leerte y saber que pronto te tendremos por Cusco en lo que estoy seguro va a ser Dios mediante una de las experiencias más maravillosas en mi vida musical
    Un abrazo y acá te esperamos con los brazos abiertos.

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